domingo, 7 de noviembre de 2010

Educación y psicología. EL TIEMPO BUROCRÁTICO VERSUS EL TIEMPO DEL APRENDIZAJE EN NUESTRAS UNIVERSIDADES


No todo el que busca la felicidad la encuentra.
No todo aquel que lee el libro lo comprende
(Proverbio de la tradición musulmana)

El tiempo ha sido tema de reflexión y enigma para los seres humanos. Es un elemento constante y común de la vida. El tiempo es la dimensión en la cual cada ser crece. Algunos psicólogos plantean que el tiempo del crecimiento de las personas es como una pelota que no rebota, que no vuelve a su forma original después del impacto con una superficie. Así  mismo, las personas, en cada momento significativo que viven, no vuelven completamente a su estado anterior. Esta parece ser entonces la esencia de la experiencia humana: el paso significativo por el tiempo que consolida los cambios con los cuales dejamos de ser lo que fuimos, sin dejar de ser nosotros mismos. 

La facultad que más se consolida en dicho tiempo es el aprendizaje. El aprendizaje necesita de lo antiguo para llegar a lo nuevo, y necesita de lo nuevo para reavivar lo antiguo en nuestro pensamiento. En él, la persona se da cuenta de algo nuevo, o se plantea el mundo de las cosas de un modo que no había contemplado antes. La práctica repetida da al individuo mayores oportunidades para darse cuenta de cosas nuevas y darse cuenta de cosas nuevas da mayores oportunidades de realizar una práctica repetida mejor. 

La consolidación del aprendizaje depende en gran medida del momento de su propia evolución, y el tiempo del aprendizaje es el del movimiento ininterrumpido de los conocimientos en los momentos de mayor sensibilidad en nuestra experiencia. No en vano, los neurocientíficos han mostrado que es en los primeros años -luego del nacimiento- cuando los niños aprenden más rápido por la gran sensibilidad de sus redes neuronales en crecimiento, que permite una rica experiencia de contacto entre el niño y todo su entorno.

Existe, sin embargo, otra clase de tiempo: el que se cuenta como duración de una actividad que se repite sin sentido. Es el caso cotidiano de las personas que son contratadas para realizar labores repetitivas, a cambio de dinero en relación con el número de horas que gastan en esta labor. A esta clase de tiempo la denomino “el tiempo burocrático”, y la defino como “el número de horas - fatiga que se paga al obrero” o como “el número de horas – nalga que gasta el funcionario repitiendo oficios en su oficina durante ocho horas con una eventual pausa de una o dos horas de almuerzo”.

El tiempo burocrático se opone al tiempo del aprendizaje. Éste representa trabajo autogenerado, relativamente independiente, y se da en el momento de gran sensibilidad en la experiencia. Maestros y alumnos, en situaciones auténticas de aprendizaje, tratan de encontrar ese momento para llegar al logro del aprendizaje, lo cual exige un ritmo de práctica, acción y reflexión constante. Por el contrario, en el tiempo burocrático solo se busca llenar horas a cambio de la paga prometida por un sacrificio.

¿A qué punto pretendo llegar con mi comparación entre el tiempo burocrático y el del aprendizaje? A uno muy sencillo: las actividades que solo hacen como rutina los profesores y los estudiantes en nuestras universidades, suponen que la esencia de la actividad propia del alma mater está regida por el tiempo burocrático y no por el tiempo del aprendizaje. Esta dinámica en la cual solo se realizan actividades porque se califican o por cumplir ignoran el ritmo y la constancia del estudio que da oportunidades al aprendizaje para su realización. Se pretende con ello que el tiempo del aprendizaje funcione contra-natura, y se convierta en tiempo burocrático, medido como “horas-nalga” que gastan los estudiantes y los profesores en una labor

     La realización de clases y de actividades por calificar y solamente para cumplir supone que el tiempo de uso en las aulas de clase de la universidad es un tiempo “sólo para llenar y cumplir”. En momentos de recuperación de clases y de calificaciones, es familiar para los estudiantes tener la sensación de cansancio constante, de presión, de afán, y la necesidad de cumplir compromisos para “cumplir con el semestre y pasar”. La presión del desarrollo de temáticas con afán, en estas circunstancias, se vuelve también una constante para los docentes. En este contexto, el fin último de la formación -el aprendizaje- pasa a un segundo plano. ¿Cómo aprender con afán, sin tiempo de “masticar”, con el tiempo justo sólo para “cumplir”, trasnochado, somnoliento, sólo con cansancio y fatiga?

     El aprendizaje, entendido como un proceso opuesto al tedio, es contrario a la repetición, la explotación y la fatiga. La dinámica del afán y de hacer las cosas solo por cumplir (en la cual han caído muchos estudiantes y en la cual también hemos caído muchos docentes) perjudica a los estudiantes porque les quita oportunidades para aprender y perjudica a la universidad como institución, porque reduce su labor a un uso meramente burocrático del tiempo. Un perjuicio que ha ayudado a convertir las aulas universitarias en un campo ajeno a nuestra realización personal y a la búsqueda de sentido para nuestra vida.

N. A. V.

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