domingo, 7 de noviembre de 2010

Crítica cultural. LO ABSURDO QUE ASUMIMOS COMO “NORMAL” EN EL TRASPORTE PÚBLICO DE BOGOTÁ


Eran las 6:10 pm y llovía torrencialmente en el Park Way de La Soledad en Bogotá. Yo cargaba la sombrilla en una mano y en la otra llevaba una inmensa bolsa con implementos de mi trabajo que debía llevar para la casa ese día. Paré un taxi, el taxista se detuvo y bajó su ventanilla preguntándome a dónde iba. Como se ha hecho costumbre (la he adquirido yo también como peatón) le dije el lugar de destino (¿Para qué hace uno eso? Buena pregunta para comenzar). El conductor me dijo: “Uy, no. Eso todo está tapado por allá y yo no me meto”. Yo le respondí airadamente: “Pues si no necesitara alguien que se meta allá no habría parado un taxi, ¡PENDEJO!”. El taxista apartó su vehículo con algo de sorpresa en su expresión facial.

En este tiempo se volvió común criticar el tráfico de Bogotá y el caos en que ha caído por tener muchas vías en obra al mismo tiempo. Concuerdo con la mayoría en que eso ha creado una situación caótica, en especial para quienes tenemos que movernos varios días a la semana desde y hacia el sector de Chapinero. Sin embargo, como en el relato de lo que me sucedió al inicio, creo que algo mucho más profundo se está desarrollando con esta situación entre los bogotanos: una tendencia a asumir que todo es, por principio, lento e ineficiente, incluyendo el transporte.

Cada vez escasean más los conductores que entienden que la persona toma un taxi porque requiere velocidad, acceso por vías rápidas y llegar a tiempo a su destino final. Hace poco tomé un uno de mi casa a mi lugar de trabajo y cuando le sugerí una ruta para llegar, el chofer me propuesto otro camino que podía resultar más rápido. Como entendí cuál era el camino que me mencionaba y supe que en principio no representaba ningún peligro de seguridad o algo así, lo acepté. Tuve dos sorpresas agradables: el camino que propuso este conductor demoraba casi diez minutos menos en el recorrido y la carrera costaba tres mil pesos menos que por la ruta que yo conocía previamente. En compensación, ese día le di dos mil pesos extra al taxista por su eficiencia.

Cuando recuerdo esa buena experiencia me pregunto, ¿acaso no es ese justamente el oficio de los taxistas? ¿no debería ser ese el oficio de los taxistas? Claro que sí. De hecho este hombre de la segunda anécdota en un momento del recorrido me dijo: “Yo prefiero buscar las vías rápidas para dejar al cliente satisfecho. Me dan menos por la carrera, pro conservo los clientes”. Y todo esto suena a sentido común redundante, pero lo que predomina en la realidad cuando se toma un taxi en Bogotá en estos tiempos es algo muy distinto.

Habitualmente tomo un taxi, como cualquier cliente, con la ilusión de llegar rápidamente a mi destino y el taxista no corresponde a este espíritu: no piensa en la mejor ruta y no propone alternativas de vías. En lugar de ir a la vía rápida, siguen por el trancón e incluso dicen con todo empacho: “uy, esto está muy trancado” –en el mismo trancón por el cual van los buses, con lo cual puede razonarse que en ocasiones la velocidad del bus y del taxi no resultan diferentes-. Pero uno como usuario también dice, en el mismo tono imbécil: “Ay, señor, ¿usted no puede tomar otra vía? Es que necesito llegar rápido”. Y el transportador contesta en el colmo del descaro: “Es que no se puede pasar. Toca que tenga paciencia” (¡!).

Seamos sinceros: ¿no es esta una situación absurda, a pesar de haberse vuelto tan común? Yo considero que eso sucede porque nos hemos acostumbrado, a fuerza de vivir tantos años en este sistema de transporte, a que todo sea demorado, a que todo tome varias horas para ir de un lugar a otro. Y, de vuelta a los fundamentos, ya no vemos la posibilidad de un transporte que no nos demore, que nos lleve a tiempo donde necesitamos y que nos dé más tiempo para trabajar con menos interrupción o simplemente para disfrutar la vida en otros asuntos más interesantes que estar encerrado en un taxi o en un bus. Todo eso, sin mencionar el maltrato, la congestión y hasta la inseguridad que ahora representa subirse a los sistemas de buses, busetas, colectivos y “Transmilenios” actualmente en operación en Bogotá.

Estos y otros hechos del transporte urbano bogotano de hoy me llevan a pensar en dos cosas: 1) necesitamos un sistema de transporte que sea realmente de nosotros y que sea, ante todo, digno y humano, y 2)  necesitamos abandonar (todos, incluyendo usuarios, transportadores y demás) las ideas de conformarse con el trancón, la demora y otros porque “hay que tener paciencia”. ¡Que la paciencia se use para lo que de verdad vale la pena esperar!

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